Solidaridad, ¿es parte de nuestra naturaleza humana, nos educamos para ella o ambas?
May 10, 2020 // by // Artículos, Diccionario Psicológico // Sin comentarios
El conocido sociólogo Durkheim distinguió la solidaridad mecánica y la orgánica. La primera también conocida por solidaridad por similitud la cual se da con mucha más frecuencia y presencia en los países poco desarrollados o en las sociedades primitivas. En éstas es característica la total competencia de cada individuo en la mayoría de los trabajos, existiendo sólo una mínima diferenciación por razón de edad y género. En cambio en la segunda denominada por consenso y que corresponde a la de nuestra esfera occidental, predomina la fuerte especialización, con capacidad o habilidad individual que genera una gran interdependencia, base de la cohesión y solidaridad grupal de las personas con su sociedad. El aspecto negativo es que la excesiva especialización puede desembocar en la anomia.
Según Durkheim las sociedades desarrolladas funcionan como un organismo vivo, donde cada cual tiene un desempeño y si uno falla se enferma el organismo. Es un social que se constituye en la diferenciación de funciones y de la división del trabajo. Así como los individuos especializan sus funciones requieren de otros individuos para sobrevivir. En las formas de solidaridad orgánica los individuos se desmarcan del grupo, formando una esfera propia de acción, pero al mismo tiempo la división del trabajo y la separación de funciones es la fuente o condición de equilibrio social.
Cada 20 de diciembre se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad Humana, una fecha que fue proclamada en el año 2005 en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
No podemos hablar de solidaridad sin mencionar otros valores que la acompañan como son el altruismo, la empatía, la compasión y la comprensión. Valores que alcanzan su unión cuando, para ayudar a otros, se renuncia a beneficios propios que son muy valorados para la persona en cuestión.
Los expertos expresan que los humanos somos solidarios y cooperativos por naturaleza, quizás matizando que hay personas más altruistas o más egoístas dependiendo de la personalidad de cada uno y de la escala de valores en la que se ha educado aunque también tendremos que preguntarnos por los valores dominantes de la sociedad. Es un profundo debate si somos egoístas o solidarios. De un lado la capacidad humana de cooperar, de sociabilizar, habiendo desarrollado la inteligencia y la comunicación, nos ha permitido sobrevivir a dificultades que de manera individual no se habrían superado pero desde una perspectiva económica, el paradigma social es que el ser humano es egoísta e irracional y busca solo satisfacer sus deseos y necesidades y en torno a este eje se nutre el consumo y el sistema económico contemporáneo. Ante grandes catástrofes, como la pandemia que vivimos ahora, es más que obvio que la economía debe quedar en un segundo plano, priorizando la salud de la comunidad sobre el interés económico.
Ser solidario además de la satisfacción de saber que se está ayudando, también aporta otros beneficios psicológicos como disminución del estrés, ya que nuestro organismo libera químicos como la hormona oxitocina que limita al cortisol u hormona del estrés. Siendo solidario se activa la parte cerebral estimulada por placeres como la comida y el sexo. No concluye aquí el efecto de bienestar de la práctica de la solidaridad también liberamos dopamina cuyo efecto es calmante y serotonina beneficiosa para tratar la depresión. En estudios realizados parece ser que los actos solidarios aumentan el nivel de inmunoglobulina A cuya función inmunológica protege de las infecciones respiratorias. Cuando la persona es solidaria es positivo para su autoestima, le alivia los miedos, le reduce las ansiedades y ayuda a su integración social.
La explicación que ofrece la neurociencia se fundamenta en el poder motivador de las emociones que se activan en el área más primitiva del cerebro, aquella que produce comportamientos instantáneos no deliberados. Cuando nos hallamos frente a un crítico punto de inflexión ético moral que requiere una actuación urgente, a veces segundos o décimas de segundo, el paleocerebro domina la actuación emergiendo lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Son numerosos los estudios que indican que en condiciones de riesgo, la mayoría de los seres humanos respondemos con un altruismo no utilitario ante los estímulos del sufrimiento y la necesidad de otros.
La neurociencia cognitiva social explica que practicar el altruismo produce la experiencia que llamamos felicidad, y la neuroendocrinología ha demostrado que los comportamientos amistosos y cooperativos aumentan la esperanza de vida tanto como abandonar el hábito tabáquico o el alcoholismo.
Sentirse responsable por otras personas también puede ayudarnos a enfrentar cualquier desafío que la vida nos presente, su cuidado ayuda a regular nuestras propias emociones y a ganar una sensación de control. Tener un fuerte sentido de propósito de ayuda nos protege del estrés a corto plazo y predice una mejor salud a largo plazo, un menor riesgo de morir prematuramente y una mejor salud financiera. El altruismo no tiene edad, en generaciones anteriores la transmisión de los valores era principalmente llevado a cabo por la familia, la escuela y la comunidad y en la actualidad los jóvenes toman gran parte de sus valores de las redes sociales y en las relaciones con sus semejantes.
Aunque esta presentación de solidaridad no alcance ni a un esbozo del tema parece ser que los humanos tendemos más en los momentos críticos de gran impacto a volcarnos en los demás que al egoísmo de pertrechar nuestro territorio. Ahora bien también se diluye en muchos rápidamente esa solidaridad en cuanto baja el nivel álgido y se instaura la habituación a la situación y es necesaria una constancia educativa en la cooperación, colaboración, comprensión, empatía hacia los demás, iniciando desde la infancia.
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