Charla ¿Cómo le llamas al miedo?¿Dónde te enferma?
El próximo sábado 6 de octubre, en el Café Cronopio, a las 18:00 horas, tendrá lugar la charla-coloquio “¿Cómo le llamas al miedo?¿Dónde te enferma?“.
Lo primero que debemos hacer es aprender a reconocer nuestros miedos y denominarlos como tales. Nuestra capacidad para discernir argumentos que justifiquen lo injustificable en nombre de “lo que debe ser” puede realizar lo que son las auténticas greguerías con tal de no enfrentar aquello que es el origen de nuestra angustia. Por más que nos engañemos de forma consciente, nuestro cuerpo jamás queda al margen de nuestras disonancias y manifiesta a través de la pérdida de salud aquello que no hemos querido asumir.
¿Si no hay celos no hay amor?
Valencia, 18/09/2012
Quizás usted se halle entre el grupo de personas que concuerda con el pensamiento que es inevitable que un sano amor va de la mano de los celos. Según relatos literarios, canciones, historias populares, personajes históricos famosos y no pocos referentes así parece.
Pero, ¿qué sucede cuando tanta manifestación de “amor” va acompañada de algo menos que una vigilancia policial plagada de desconfianza y tensión? Surge espontáneo el “por favor no me quieras tanto”. Poco a poco se va deteriorando la relación bajo la presión del sentimiento de estar errando, de no saber cómo comportarse para no molestar al otro, crece la inseguridad y como que se pierde el “el ser uno mismo”, o sea la identidad. El respeto mutuo se esfuma, y en vez de la valorización personal emerge la “cosificación”, o ser un objeto que se puede poseer y controlar y que está supuestamente para demostrar su amor a la otra persona que tiene que ser única e insustituible, al servicio de sus “delirios y paranoias”. La agresividad sea de tipo pasivo o activo no ronda lejana de estas relaciones y el malestar del entorno, que en la mayoría de las ocasiones observa, crítica por detrás, silencia y siempre que puede evita.
Autoengañarse es fácil
Autoengañarse es fácil. Asistimos a un espectáculo deportivo muy popular y con tradición. No importa no ser el elemento activo que quema la adrenalina o el que cobra cifras astronómicas, al menos en nuestra esfera occidental, por estar en forma. También es irrelevante que los que gustan de esta “droga muy sana”, a lo mejor por gozar de esa exhibición de ¿deportividad? Se empeñan económicamente lo que no tienen. Lo trascendente, lo sublime, lo imperioso, lo esencial es que ese sacrificado espectador por un período de tiempo breve (hora y media, dos, cuatro…depende) se olvida de sí mismo y de su malestar cotidiano para transportarse. Es más si se saborea la victoria de estos representantes, el anónimo se viste con la identidad del exitoso y abandona su sentimiento de nimiedad, su angustia, sus problemas.
Por supuesto que tenemos muchas más modalidades para aparcar nuestra baja autoestima, nuestros ánimos fluctuantes, nuestras frustraciones, nuestra impotencia, nuestra rabia…
Una que goza de tradición ancestral, por no decir milenaria, es la del “chismorreo”. Óptima la comparación con alguien que se supone que es y está peor, ya se sabe “mal de muchos consuelo de tontos”, y además es fantástico detenerse en los trapos sucios de los demás y “mi colada infecta” la escondo en el armario.
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